Tres frailes españoles naturalistas en la América Virreinal

Querida hija: 

La temporada pasada en el Club de Fauna de la Sociedad Geográfica Española realizamos un trabajo de investigación sobre tres frailes españoles que, además de desarrollar su ministerio religioso en la América Virreinal, destacaron por su labor como naturalistas que fueron de los primeros en dar a conocer en la Europa de su tiempo la Historia Natural del Nuevo Mundo. Aquel trabajo se publicó en el Boletín de la Sociedad Geográfica Española y, por eso, no pude compartirlo contigo aquí en su momento. 



Como, por razones de espacio, la versión publicada fue sustancialmente más corta que el artículo original, este es el momento para incluirlo aquí en su versión íntegra, y que puedas conocer la labor de aquellos primeros naturalistas españoles, centrándonos más concretamente en sus estudios faunísticos. 

TRES FRAILES NATURALISTAS ESPAÑOLES EN LA AMÉRICA VIRREINAL LA FAUNA DEL NUEVO CONTINENTE. 

Elisabeth Eguía, Eugenio Fernández Sánchez, Javier M. Fernández-Rico, Antonio Martínez Mozo y César Pollo Mateos. Club de Fauna – Sociedad Geográfica Española. 

Tres hombres enviados por Dios al Nuevo Continente 

Suele considerarse que la conquista española del Continente Americano estuvo dominada por dos preocupaciones: la sed por los metales preciosos y la imperiosa necesidad de evangelizar a la población autóctona. Toda otra consideración era supeditada, de una u otra forma, a estos dos objetivos principales. Así, los españoles habrían vivido en cierto modo de espaldas a esos vastos espacios que se extienden desde las altas mesetas del Oeste Norteamericano hasta las ventosas estepas patagónicas. 

El llamado “descubrimiento científico de América” se habría producido posteriormente, durante la Ilustración, cuando los nuevos gobernantes borbónicos diseñaron un ambicioso programa de expediciones destinadas a descubrir flora, fauna, geografía y gentes. La realidad no es tan simplista y es cierto que, entre los españoles que se trasladaron a las Indias, había dos clases de hombres cultos. Por un lado estaban los aristócratas, abogados y juristas, funcionarios reales que dirigirían Virreinatos, Audiencias y Capitanías Generales. Por otro lado estaban los religiosos, hombres que se harían cargo de Cabildos catedralicios y Arzobispados, pero también hombres que recorrerían polvorientos y embarrados caminos para erigir parroquias de cañas y palma, y llevar la palabra de Dios a ignotas comunidades indígenas. 

Hablaremos aquí de tres de esos hombres. Hombres que se sirvieron de su cotidiano contacto con las poblaciones naturales, que absorbieron sus conocimientos sobre Geografía y Naturaleza. Hombres que viajaron por las regiones que les tocaron en suerte, que observaron, que reflexionaron y que tomaron conciencia de que toda una nueva Naturaleza se les estaba revelando. Finalmente, tomaron cálamo y papel y pusieron por escrito sus observaciones y reflexiones, difundiendo ese conocimiento por la Europa de su tiempo. Por tanto, podemos reivindicarlos con todo derecho como hombres que contribuyeron al conocimiento geográfico, etnográfico, botánico y zoológico del Nuevo Mundo. 



El padre José de Acosta fue un misionero jesuita que desarrolló su apostolado en el Perú. Hombre muy formado, gran predicador y dotado de agudas dotes de observación, viajó por su tierra de misión y organizó viajes de otros subordinados, recabando información sobre todos los ámbitos posibles en las tierras incas. Como resultado, escribió la monumental “Historia natural y moral de las Indias”. Un verdadero compendio geográfico, botánico, zoológico, religioso, histórico y antropológico de las Indias. 

Fray Francisco Ximénez fue un religioso dominico que ejerció como enfermero (esto es, director-responsable) del Hospital del Convento de Santo Domingo de Oaxtepec, en el actual Estado mexicano de Morelos. Topó con un manuscrito inédito de Francisco Hernández de Toledo, en el cual se describían las plantas y animales de Nueva España, y no sólo consiguió que se publicase por primera vez, sino que lo amplió con sus propios conocimientos adquiridos en el herbolario del Hospital, así como de la fauna de su zona. La obra finalmente compuesta se tituló “Los Cuatro libros de la Naturaleza y virtudes medicinales de las plantas y animales de Nueva España”. 

El Padre Francisco Ximénez de Quesada fue otro dominico quien ejerció su apostolado en diferentes parroquias de Guatemala. Aprendió las principales lenguas mayas y, una vez más, sirviéndose de su continuo contacto con las poblaciones autóctonas, pudo descubrir su cultura y conocimientos. Es muy conocido por haber descubierto y traducido el Popol Vuh, o libro místico de los mayas, pero es menos conocido por su “Historia natural del Reino de Guatemala”, donde nos descubre su fascinante Geografía y Naturaleza. Vamos a redescubrir a estos tres personajes. Como Club de Fauna, vamos aquí a destacar sus aportaciones al conocimiento zoológico de la fauna americana, pero invitamos a cualquier interesado a que examine las obras aquí analizadas, pues son deliciosas desde cualquier punto de vista. 

Un procónsul de Ignacio de Loyola en tierras del Inca 

José de Acosta (1540-1600) fue un misionero jesuita de biografía olvidada, como parece ser el postrer destino de tantos grandes científicos de nuestra historia. Se sabe de él que nació en Medina del Campo, cuando esta población pertenecía al Reino de León. Estudió en varios colegios de la Compañía de Jesús en Castilla, especialmente el de Alcalá de Henares, entre 1559 y 1567. A los 14 años ingresó en la Compañía de Jesús, en Ocaña, donde comenzó a impartir Teología. Por tanto, adquirió una sólida formación que le convertiría en intelectual. 



Años más tarde, en 1571, partiría hacia el Nuevo Mundo, a las Indias, a solicitud propia, quizás atraído por esa curiosidad innata e insaciable que caracteriza a los grandes sabios. Partió de Sanlúcar de Barrameda rumbo a La Española, donde pasó un año fogueándose como misionero y donde tuvo un encontronazo con el Arzobispo local, a cuenta de las envidias que empezaba a suscitar el fulgurante ascenso de la Compañía, la cual era recién llegada a las Indias. En 1572, seguramente siguiendo el camino tradicional a través del Darién y luego embarcándose hasta Lima, llega al Virreinato del Perú, recién apagado el incendio provocado por la rebelión de Túpac Amaru, recientemente ejecutado. 

Allí se desempeña como lector y predicador del Colegio de la Compañía, poniendo de manifiesto sus dotes de oratoria y elocuencia. Realiza tres viajes por el interior del Virreinato: 1573-1574, 1576-1577 y 1578-1579 y también, desde los distintos Colegios, envía a misioneros a diversos lugares del Perú. A través de estos viajes, desde las heladas alturas andinas hasta las tierras calientes que vierten al Río de la Plata, toma conciencia de la Geografía y Naturaleza de aquélla tierra prodigiosa, así como las condiciones de vida de los indios, en las minas de Huancavelica y Potosí. Aprende el quechua y, a través de él, conoce su cultura e historia. En 1576 alcanza el cénit de su carrera al ser nombrado Provincial del Perú, sin dejar de viajar continuamente por su provincia, realizando fundaciones de colegios y residencias, y aumentando sus conocimientos sobre el medio natural y humano de aquélla hermosa tierra. 

Tras su fructífera experiencia indiana, Acosta regresó a España en 1587, donde fue nombrado rector del Colegio de Valladolid, del de Salamanca y visitador de Aragón y Andalucía, gozando de la honra que le otorgó Felipe II y ganándose el seudónimo de Plinio del Nuevo Mundo. Publica entonces (1590) la obra que aquí nos ocupa: “Historia Natural y Moral de las Indias”. Tras volver de Roma, donde asistió a la congregación general de la Compañía, falleció en Salamanca a los 59 años de edad. 

Su Historia Natural y Moral de las Indias, en que se tratan las cosas notables del Cielo, elementos, metales, plantas y animales dellas; y los ritos y ceremonias, leyes y govierno y guerras de los indios es un ejemplo de obra magna, donde caben todas las disciplinas posibles, a la manera de otros sabios naturalistas como Athanasius Kircher -por poner a otro jesuita-, José Celestino Mutis o Alexander von Humboldt. 



Sólo hace falta examinar el índice del libro para darse cuenta de la magnitud de la obra, que se divide en siete libros, cada uno de ellos en múltiples capítulos que facilitan su lectura. En el primer libro, Acosta trata de astronomía y revisa las obras de Plinio, Platón, Aristóteles y San Agustín, examinando diversas teorías acerca de un posible mundo de ultramar; en el segundo vuelve a embridar la astronomía y la meteorología, denominando -de forma cómica- a las Indias la Tórrida zona, además de expresar lo equivocados que estaban los Antiguos respecto a la misma; en el tercero, comienza a describir la hidrología y geografía, intercalando apuntes antropológicos como la forma de pescar de los indígenas y su sentido de la propiedad, terminando con reflexiones sobre movimientos sísmicos y vulcanismo, tan comunes en el continente; en el cuarto, trata sobre recursos metalíferos -algo decisivo en la época- y su extracción: azogue (mercurio), plata y oro, haciendo hincapié en las minas de Potosí, y sobre recursos alimenticios, verduras y frutas que, a día de hoy, nos siguen resultando exóticas. En el quinto libro, Acosta deja la ciencia y comienza a elucubrar sobre los Indios, sus supersticiones e idolatrías, de sus sacrificios horribles al Demonio, describiendo los soberbios templos de Méjico; en el sexto, en un alarde de bonhomía, se estipula que es falsa la opinión de los que tienen a los Indios por hombres faltos de entendimiento, pasando a describir el calendario maya, las escrituras y edificios mayas e incas y su elaborado orden social; en el séptimo y último, se toca la historia de México, finalizando la magna obra con la disposición que la divina providencia ordenó en Indias para la entrada de la Religión Cristiana en ellas. 

Es pues al final del libro cuarto, entre los capítulos XXXIII y XLI, donde Acosta trata la fauna de las Indias, aspecto que se va a desarrollar de forma más minuciosa. 

Nuestro perspicaz misionero organiza los animales que halla en las Indias en tres categorías: la fauna introducida por los españoles (como se diría hoy, alóctona), la propia de las Indias (autóctona) y la compartida entre las Indias y Europa. De la fauna introducida incluye ovejas, vacas, cabras, puercos, caballos, asnos, perros, gatos y otros tales. Resulta curioso lo que escribe sobre los canes: sus números han crecido en número y en grandeza, de suerte que es plaga en la isla de la Española, porque se comen los ganados y andan a manadas por los campos. Acosta apunta que los que matan a estos perros salvajes tienen premio por ello, como hacen con los lobos en España. Esta última afirmación, perfectamente aplicable en la actualidad, constata que no siempre desarrollo tecnológico y ético van cronológicamente unidos. Sin embargo, como apunte a lo anterior, expresa que verdaderos perros no los había en Indias, sino unos semejantes a perrillos, que los indios llamaban alco. Este animal, llamado también perro michoacano o ixcuintlepozotli, puede identificarse como un mapache Procyon lotor, aunque no pasa de tratarse de una especulación. Del carácter amistoso de los alcos sí da cuenta: los perros traídos de España son tan amigos de estos perrillos, que se quitarán el comer por dárselo; y cuando van camino los llevan consigo a cuestas o en el seno, y si están malos, el perrito ha de estar allí con ellos, sin servirse de ellos para cosa, sino sólo para buena amistad y compañía

En cuanto a la fauna compartida entre las Indias y Europa, Acosta incluye leones, tigres, osos, jabalíes, zorras y otras fieras y animales silvestres, aunque no parece entender que aparezcan en ambos lugares ya que pasar a nado el océano es imposible. Termina admitiendo con candidez: conforme a la divina Escritura, todos estos animales se salvaron en el arca de Noé, y de allí se han propagado en el mundo, con lo que cierra provisionalmente el círculo que, siglos más tarde, abriría Alfred Wegener con su teoría de la deriva continental. 

Los leones que por esos lares atisba no son bermejos, ni tienen aquellas vedijas con que los acostumbran pintar: son pardos, y no tan bravos como los pintan. Se refiere al puma o león americano, Puma concolor, también llamado león de montaña. Los tigres, sin embargo, son mucho más bravos y crueles, y maculosos (con manchas). Este último adjetivo podría indicar que se trata del jaguar, Panthera onca, que se caracteriza por sus manchas en forma de rosa. Es habitual que el jaguar se llame “tigre” en toda Hispanoamérica. Otro animal que Acosta describe es el oso hormiguero gigante, que en lengua de Cuzco se llama otoronco. Se refiere, sin duda, al Myrmecophaga tridactyla , el yurumí de los guaraníes. Respecto a los insectos, sólo trata de las abejas, que son tan chiquitas como moscas, y que enjambran debajo de la tierra: la miel es aceda y negra,y que sus panales se denominan lechiguanas. 



La tercera categoría es la fauna autóctona, de la que nuestro jesuita se maravilla al no entender que, si todos los animales salieron del Arca de Noé tras el diluvio y, si los carneros del Perú y los que llaman pacos y guanacos no se hallan en otra región del mundo, ¿quién los llevó al Perú?, ¿o cómo fueron? Pues no quedó rastro de ellos en todo el mundo; y si no fueron de otra región, ¿cómo se formaron y produjeron allí? ¿Por ventura hizo Dios nueva formación de animales? Estas agudísimas preguntas volvería a hacérselas más adelante Charles Darwin tras su viaje en el Beagle. 

Volviendo de esta irresoluble digresión, Acosta enumera las aves propias de las Indias, destacando los cóndores Vultur gryphus, de inmensa grandeza y tanta fuerza, que no sólo abren un carnero y se lo comen, sino a un ternero. De bella pluma son las guacamayas, de mayor tamaño que los papagayos. Tras describir la belleza del plumaje de estos animales, pasa a describir, cual alfa y omega, a otros del todo contrarios, que demás de ser en sí feos, no sirven de otro oficio sino de echar estiércol; y con todo eso no son quizá de menor provecho. Se refiere, sin duda, a los zopilotes o buitres americanos. Quizás esta descripción corresponda a la pulcra aversión del misionero por las deyecciones de las gaviotas: en algunas islas o farellones que están junto a la costa del Perú se ven de lejos unos cerros todos blancos: dirá quien les viere que son de nieve, o que toda es tierra blanca, y son montones de estiércol de pájaros marinos, que van allí contino a estercolar. Pasa a explicar que llaman guano el dicho estiércol, de do se tomó el nombre del valle que dicen de Lunaguaná, en los valles del Perú, donde se aprovechan de aquel estiércol, y es el más fértil que hay por allá. 

También se describen los animales de monte: los crueles porquezuelos o puercos de manada, con sus colmillos como navajas (probablemente se refiere a un pariente americano de los cerdos: los pecaríes, Pecari tajacu, pero con el ombligo en el espinazo, característica misteriosa donde las haya), o los guadatinajas, unos puercos del tamaño de lechones de apetitosa carne. También campan a sus anchas los armadillos (con varias especies en el Perú): yo he comido de ellos: no me pareció cosa de precio. 



Metido en harina gastronómica, en uno de sus bandazos disciplinarios, Acosta nos explica que harto mejor comida es la de iguanas, aunque su vista es bien asquerosa, pues parecen puros lagartos de España. Como platos de caza menor, el fraile enumera el cuy (Cavia porcellus), que es el conocido cobaya, y a la vizcacha, Lagostomus maximus, un pariente gigante de la chinchilla, que Acosta asimila a una liebre grande. 

En cuanto a los micos o monos de Indias, introduce primero al perico ligero, Bradypus tridactylus, un perezoso que tiene tres uñas en cada mano: menea los pies y manos como por compás con grandísima flema. Hoy sabemos que el perezoso no está emparentado con los monos, sino con el armadillo y el oso hormiguero. Micos los hay innumerables: con o sin cola y de todos los colores, todos ellos dotados de grandes habilidades. Como muestra nos cuenta: uno vi en Cartagena en casa del gobernador, que las cosas que de él me referían apenas parecían creíbles. Como en envialle a la taberna por vino, y poniendo en la una mano el dinero, y en la otra el pichel, no haber orden de sacalle el dinero hasta que le daban el pichel con vino. Si los muchachos en el camino le daban grita o le tiraban, poner el pichel a un lado, y apañar piedras, y tirallas a los muchachos, hasta que dejaba el camino seguro; y así volvía a llevar su pichel. Y lo que es más, con ser muy buen bebedor de vino (como yo se lo vi deber echándoselo su amo de alto), sin dárselo, o dalle licencia, no había tocar al jarro. Dijéronme también que si vía mujeres afeitadas, iba y les tiraba del tocado, y las descomponía y trataba mal. 

De toda la fauna que Acosta describe en esta obra, la que más despierta su admiración es la familia de camélidos andinos: la llama o carnero de las Indias que, según explica, es el animal de mayores provechos y de menos gasto de cuantos se conocen, además de que no han menester gastar en herraje, ni en sillas o jalmas, ni tampoco en cebada, sino que de balde sirve a sus amos, contentándose con la hierba que halla en el campo. Distingue dos tipos de llamas: el paco o carnero lanudo (posiblemente una alpaca) y el carnero raso, de poca lana, más apto para la carga, éstos tienen un mirar muy donoso, porque se paran en el camino y alzan el cuello y miran una persona muy atentos, y estánse así largo rato sin moverse, ni hacer semblante de miedo, ni de contento, que pone gana de reír ver su serenidad. El paco, cruce entre alpaca y vicuña, es más temperamental: a veces se enojan y aburren con la carga, y échanse con ella sin remedio de hacellos levantar; antes se dejarán hacer mil piezas, que moverse, cuando les da este enojo; el remedio que tienen los indios entonces es parar y sentarse junto al paco y hacerle muchas caricias y regalalle, hasta que se desenoja y se alza. 



Con estos camélidos concluye Acosta su descripción de la fauna de las Indias. Sin embargo y como colofón, nuestro monje explica las piedras bezoares, acumulaciones de materia que aparecen en el buche y vientre de diversos animales y que servían como medicina para casi todos los males posibles. Las hay de diversas formas y colores, compartiendo todas una estructura con capas, al modo de las pisolitas o perlas de las cavernas. Según Acosta, sirve para todo: contra venenos y enfermedades venenosas, contra el mal de tabardete (insolación), la melancolía y el mal de corazón (depresión) o las calenturas pestíferas (fiebres). 

El enfermero de Oaxtepec. 

Mientras José de Acosta agonizaba en Salamanca, un tal Francisco Ximénez de Luna reflexionaba sobre qué hacer con su vida. 

Este aragonés natural de la villa de Luna, en Zaragoza, se debatía, como tantos otros jóvenes de su tiempo, entre servir a Dios o servir a los hombres. No era un erudito, y tampoco era de alta cuna. Por esa razón, sus comienzos son oscuros. El Doctor Nicolás León, en su edición de Los cuatro libros de la Naturaleza, Morelia, México, 1888, afirma que Francisco Ximénez estuvo recorriendo España e Italia, antes de embarcarse a las Indias. Primero anduvo por Florida y finalmente en 1605 llega a Nueva España, donde en 1611 entra en el noviciado dominico del convento de Santo Domingo de Ciudad de México, y en 1612 realiza su profesión en la Orden de Santo Domingo. 

Desgraciadamente para los propósitos de este trabajo, el Doctor León no especificó las fuentes de las que sacó dicha información, por lo que no nos ha sido posible contrastarla. Lo que sí hemos podido contrastar es que un religioso dominico llamado Francisco Jiménez aparece en el año 1603 en la lista de pasajeros del barco Alonso Gómez que llevaba una expedición de religiosos dominicos con destino a Oaxaca, en Nueva España, bajo la jefatura del procurador (esto es, jefe de expedición) Antonio Gil Negrete. Por tanto, nuestro Fray Francisco ya habría profesado en España. 

En efecto, los dominicos viajaban a Indias en expediciones perfectamente organizadas. Una vez destinados a Indias, los religiosos se reunían en los puertos de Sevilla o Cádiz hasta que se completaba el número de los expedicionarios y, bajo la dirección de un procurador y terminados los trámites de embarque, se iniciaba la travesía que, en el caso de Nueva España, tenía como destino Veracruz, auténtica Puerta de América. 

En lo que sí coinciden las fuentes es que su destino fue encargarse de la dirección y preparación de medicinas en el Hospital del Convento de Oaxtepec, en el actual estado mexicano de Morelos. Oaxtepec era un lugar bien conocido ya en los tiempos aztecas. Su nombre significa Cerro del Huaxe, un árbol conocido por sus varios aprovechamientos, y cuya raíz lingüística se encuentra también en Oaxaca y en la Huasteca, región donde se encuentra el lugar. Se trata de un pequeño paraíso, situado al sur de la Serranía de Ajusco, y dotado de un clima suave, bosques, fuentes y manantiales sulfurosos, Moctezuma hizo de Oaxtepec un centro medicinal: mandó plantar un verdadero jardín botánico de diversas plantas curativas y aromáticas. Pronto se hizo famoso por sus médicos, sus brujos, herbolarios y agoreros, que trataban asiduamente a la Familia Imperial. 



Oaxtepec llamó la atención de Hernán Cortés. Tal como escribía a Carlos I: 

Llegamos a Guastepeque, la cual huerta es la mayor y más hermosa y fresca que nunca se vio, porque tiene dos leguas de circuito, y por medio de ella va una muy gentil ribera de agua: y de trecho en trecho, cantidad de dos tiros de ballesta, hay aposentamientos y jardines muy frescos, e infinitos árboles de diversas frutas, y muchas yerbas y flores olorosas, que cierto es cosa de admiración ver la gentileza y grandeza de toda esta huerta. 

No es de maravillarse que, cuando llegaron los frailes dominicos encargados de evangelizar la patria de mixtecas y zapotecas, erigiendo en 1538 el convento de Santo Domingo de Oaxtepec, admirasen y aprendiesen las tradiciones locales de herbolaria medicinal y, en 1569 se iniciaron las obras de un hospital que pronto tendría renombre en todo el Virreinato. Es en este hospital donde Fray Francisco Ximénez de Luna preparaba remedios y aprendía la herbolaria azteca para llevar alivio y curación a sus semejantes. 

Pero Fray Francisco hacía algo más que dirigir el hospital. Durante sus paseos por el claustro porticado del convento, y las largas horas de soledad y oración en su celda, Fray Francisco leía, anotaba y reflexionaba sobre un manuscrito que, “por extraños caminos” había caído en sus manos. Se trataba de una “Historia Natural” que, sobre Nueva España, había escrito el doctor Francisco Hernández de Toledo. 

El Rey Felipe II, queriendo conocer los recursos naturales del más rico florón de su Imperio americano, encargó en 1570 a Francisco Hernández que viajase allá, y recogiese información sobre plantas útiles, animales y minerales de esa tierra. El viaje se convirtió en una dura epopeya de siete años en los que recorrió todo el país, con riesgo de su vida. Pero, ¡ay del doctor! La tradicional desidia hispánica hizo que todo su trabajo reposara en un estante del Monasterio de El Escorial sin ser publicado. Cierto es que varios manuscritos de esta obra quedaron en Nueva España. Y, no es menos cierto que el médico napolitano Nardo Antonio Recchi sí llegó a publicar un resumen de la magna obra compuesta por Hernández. 

El caso es que un manuscrito de Hernández llegó al Convento de Oaxtepec, por desconocidos caminos y circunstancias. Ignoramos también si se trataba del manuscrito original o el resumen realizado por Recchi. Pero para el caso es igual porque, cuando Fray Francisco empezó a leerlo se dio cuenta de varios errores en la nomenclatura de ciertas plantas medicinales en las que él tenía experiencia de uso. Según él mismo indica en el prólogo, da a entender que los manuscritos eran de segunda o tercera mano, y habían ido acumulando errores. Y decidió, apoyándose en su experiencia hospitalaria y de sus conversaciones con los indígenas, revisar, corregir y aumentar la obra de Hernández. 



Consiguió finalmente publicarla en 1615, con sus aportaciones que sumaban 13 capítulos extra. El título completo de la obra era: “Cuatro libros de la Naturaleza y virtudes de las plantas y animales que están recibidos en el uso de la Medicina en la Nueva España, y el método, y corrección y preparación que, para administrarlas, se requiere con lo que el Doctor Francisco Hernández escribió” A continuación se presenta un resumen de los animales más notables que aparecen en la parte primera del Cuarto libro, que trata sobre los aspectos medicinales de los animales y sus partes. 

Ayatochtly 

Que quiere decir conejo con concha de tortuga y que en español se conoce como armadillo. Es descrito como un perro de tamaño pequeño, con unas láminas duras como la concha de una tortuga, con pezuñas como los del erizo terrestre y el hocico cubierto de cuero semejante a las armaduras de los caballos. Entre sus aplicaciones medicinales, la corteza molida es un gran remedio para curar el mal francés y el penúltimo hueso de la cola ayuda a los oídos cuando hay dolor y zumbidos, y hace oír a los que están sordos. 



Caltetepon o Themacuilcahuya 

Cierto género de lagarto que los españoles llaman escorpión. Tiene dos terceras partes de lagarto, la cola larga y las patas cortas, la lengua que mueve de un lado al otro, bermeja, partida en dos, la cabeza corva, cubierto el cuerpo por un cuero duro con pintas pequeñas leonadas y blancas. Su mordedura no es mortal y no suele atacar si no es atacado primero. Por la descripción y el apelativo de “escorpión”, seguramente se trata del “Monstruo de Gila” Heloderma suspectum que, en efecto, tiene mordedura venenosa. La carne de este animal se dice que despierta el apetito venéreo, de manera que no se reconoce ventaja a otro medicamente para estos efectos. Algunas gentes no obstante utilizan su piel creyendo aliviar las mordeduras venenosas de otros animales. 



Acuitzpalin 

Lo que llaman cocodrilos o caimanes, que viven en muchas lagunas de Nueva España, estanques y otras aguas. Son descritos como animales de admirable y extraordinario tamaño. Tienen el hocico prolijo, los dientes cubiertos por una corteza muy dura. Se describe como feroz y bravo contra los temerosos, pero medroso y cobarde contra los que le hacen frente. Se describen aspectos dignos de advertir como que muchas veces los indios jóvenes los llevan atados por el cuello. En efecto, México es uno de los países donde se da la concurrencia tanto de caimanes, con una especie: Caiman crocodylus, como de cocodrilos: Cocodrilo de Río (Crocodylus acutus) y el Cocodrilo de Pantano (Crocodylus moreletii). 



Axolotl o Juguete de Agua 

Un tipo de pez que se encuentra en las lagunas, tiene cuatro patas como una lagartija, un palmo de largo y un grosor del tamaño del dedo pulgar. El vientre pintado con unas manchas grises, con una cola larga, nada con cuatro pies terminado en cuatro dedos semejantes a los de las ranas, con la cabeza chata, grande en comparación con el cuerpo, tiene la boca abierta siempre, de un color negro. Es de un género similar a los escorpiones o lagartos. A quien lo come, provoca lujuria. Semejante a la carne de anguila, suelen comerse fritos, asados o cocidos, con pimienta, clavo, con chile. Aunque se describe como “pez”, en realidad el ajolote Ambystoma mexicanum es un anfibio urodelo, emparentado con las salamandras y tritones, y tiene la particularidad de retener, en estado adulto, las características de larva, como las branquias. Es endémico de las lagunas de México. 

Yhuana 

Un tipo de lagarto que los habitantes de La Española llaman yhuana y lo mexicanos Qiauhcuetzpalin. Se duda si es carne o pescado, porque habita tanto en el agua como en tierra, como las tortugas. Tiene las manos y pies como las del lagarto, las uñas muy afiladas, con cabeza similar a la del lagarto, la cola muy larga, con un cerro de espinas afiladas que empieza desde la cola hasta la cabeza, a la vista aparece como un animal feroz, con dientes afilados y colmillos. Come yerba y frutas, vive en torno a los ríos. Su carne tiene un sabor similar a los conejos de España, deposita sus huevos en tierra como las tortugas, que se comen asados como en tortilla y que se han de freír con agua para que cuajen. En efecto, se trata de la conocida iguana Iguana iguana, ampliamente distribuida por Centro y Sudamérica

Lobos marinos 

Hay una gran cantidad en ambos océanos de Nueva España y entre las islas. Es un animal muy fiero y enemigo de los tiburones con quien no se atreven, salvo que sean muchos contra un solo lobo marino. Los pescadores los matan cuando duermen en tierra firme. Las hembras paren dos lobillos en cada camada. Tienen un pelo liso como un terciopelo bermejo y negro. Su cuero y carne es muy apreciada, tiene una grasa muy semejante a la del tocino con la que se hace manteca y aceite para los guisos. Se dice que las cintas y correas hechas de la piel y pelo de este animal sirven para indicar cambios en la mar, pues se pone suave con la bajamar y áspero y erizado con la pleamar. También que ayuda a curar aquellos enfermos de la espalda. Es interesante la referencia a los dos océanos, porque da testimonio de la presencia de la foca monje del Caribe Neomonachus tropicalis extinguida en 1952. Mientras que en el lado del Pacífico son abundantes los otarios Zalophus y los elefantes marinos boreales Mirounga angustirostris



Manatí 

Que en las Filipinas llaman Rayón. Se describe como una bestia casi sin forma del tamaño de una ternera. Con dos brazos a modo de cuernos de cabra con los que nada y de color pardo tirando a negro cubierto de un pelo raso. Vive en el mar y en los ríos donde se acerca a la orilla y pace yerba e higos marineros sin salir del agua. Tiene cola redonda y puesta al través, la cabeza y la boca de ternera con los dientes pequeños y la boca áspera y el hocico y ojos grandes, con una piel más gruesa que la del toro, animal con el que encuentra semejanza en alguna de sus partes. Su carne es de buen gusto, pero es dañina para los que tiene bubas. Es curioso cómo, en la obra, el manatí o vaca marina Trichechus manatus se incluye dentro de los peces. El concepto de “pez”, estaba relacionado más con el hecho de vivir en el agua que por la propia naturaleza del animal. José de Acosta indicaba en su obra que también se trataba de un pez y que, cuando lo comía en Cuaresma, le daba cargo de conciencia pues su carne más bien parecía de vaca. 

Corys 

O conejos del Perú. Un animal de cuatro pies del tamaño de un conejo mediano, especie de rata con el hocico similar al del de la rata, orejas muy pequeñas y pegadas a la cabeza, sin cola, delicados de pies y manos y en cada una seis dedos y otro más pequeño, de varios colores. Son muy comunes y se encuentran en cada casa de Nueva España, son muy limpios, comen yerbas, muy doméstico. Su carne tiene un sabor similar a nuestros conejos solo que es algo más blanda y menos seca. Por la descripción, es difícil concretar a qué especie se refiere, dado que México es extraordinariamente rico en Lagomorfos, nada menos que 15 especies. El género más extendido es Sylvilagus. Aunque el detalle de las orejas pequeñas podría hacernos pensar en algún “pica” o liebre silbadora, también lagomorfo, tal vez Ochotona princeps, especie norteamericana. 

Gatos paules o monas 

Que llaman otzumetli. Se encuentra en las tierras calientes de Nueva España, de diferentes tamaños y colores, negros, rubios pálidos, grandes y medianos, y algunos muy bravos, tienen la cabeza casi como la de los perros, quieren a sus crías al extremo, se mueven de árbol en árbol, pasan los ríos cogidos de las colas, y sobre todo se ha de notar que se socorren cuando están heridos de flecha o cualquier arma, con tanta prestancia y diligencia que apenas se podría creer, poniendo hojas de árboles sobre las heridas para detener la hemorragia. Tiene una sola cría que cuidan con extraordinaria piedad y amor, las crían en las altas cumbres de los montes. Describe como los cazadores cogen a las crías confundiendo a sus padres. Parece ser que, en español, se hacía la distinción entre monas, o sea, simios sin cola, y gatos paúles, o simios con cola. Se refiere aquí a alguna especie de mono, puesto que los monos sudamericanos todos tienen cola, pero de la descripción no se puede concretar la especie. 

Tapayaxin 

Lo que los españoles llaman Camaleón. Una especie de lagartija, pero con el cuerpo redondo y liso. Frío al tacto, anda muy despacio, tiene la cabeza muy dura y horrible por las puntas que tiene dispuestos con forma de guirnalda. Parece que le agrada que le toquen los hombres por lo que los nativos le llaman amigo del hombre. Tiene una cosa muy notable y única, y es que apretándole los ojos y lastimándoselos echa por ellos unas gotas de sangre hasta dos y tres pasos de distancia. Se trata del lagarto espinoso mexicano Phrynosoma orbiculare



Tlaquatzin 

Del tamaño y figura de un perro pequeño, dos palmos de lago y el hocico delgado y prolijo, sin pelo con una cabeza muy pequeña con unas delicadas orejas muy blandas y casi transparentes, tiene el pelo blanco y largo, pero en sus puntas pardo y negro, la cola redonda de dos palmos de largo, muy semejante a la de las culebras, parda y al final negra, con la cual se tiene con mucha fuerza, los pies son negros. Pare entre cuatro y cinco crías, los cuales después los introduce en cierta cavidad en su vientre. Se trata en este caso de la zarigüeya Didelphis virginiana, tal vez el marsupial más extendido y abundante en América. 

Huitztlaquatzin 

O Tlaquatzin espinoso. Es de la forma y el tamaño del Tlaquatzin, de quien trae su nombre, cubierto con púas huecas y agudas, semejantes a las púas y espinas del puercoespín. Con unos pelos blancos a modo de vello, salvo en la cabeza. Y aunque de nacimiento es de color blanco, evoluciona a negro. Arroja las espinas contra los perros o contra quien le ataca. Se está describiendo aquí a un puercoespín americano, un roedor de la familia Erethizóntidos, pero hay varias especies, y según la descripción no es posible concretar cuál. 

Teuchtlacoçauhqui 

La señora de las serpientes. Es una fiera atroz que los españoles por ser su mordedura mortal llaman víbora. Es de cuatro pies o más de largo, ancha de hombros, la cabeza de víbora, el vientre blanco amarillento, los lados cubiertos con escamas blancas con tiras negras que la atraviesan, la espalda es parda tirando a negra con unas rayas amarillas que se cortan en el propio espinazo. Se encuentran muchas especies de esta serpiente, infinitas, de muy diferentes mezclas de colores, pero de semejantes de tamaño. Es inequívoco que se está describiendo aquí una de las especies de la serpiente de cascabel: El mismo número de años que tiene la serpiente corresponde al número de cascabeles que le nacen en la parte posterior de la cola. 



Tzopilotl 

En otros países se conoce como aura, es un ave grande como un águila mediana, o un cuervo a cuya especie se parece. Tiene las uñas curvas y negras, las patas pardas, el pico de papagayo, la frente parda y sin plumas, y no muy diferente de la quauh pizotli o de la cozquaquahtli, los pelos ralos y negros. Se sustenta de carnes mortecinas y de estiércol humano. Se ha conservado el nombre indígena de “zopilote” para designar al buitre más extendido en América Central y del Sur. 

Yzqviepatli 

Que nosotros llamamos zorrillo. Es muy similar en las astucias y artes este animal a nuestra zorra de España y muy de su género. Tiene casi dos palmos de largo, el hocico delgado y las orejas pequeñas, el cuerpo negro y con pelo, principalmente cerca de la cola, que es larga y cubierta de un pelo blanco y negro como la misma espalda. En este caso se está describiendo a la mofeta, uno de los mustélidos (familia de las comadrejas) más notables y conocidos de Norteamérica: Además, todo él tiene un mal olor y su orina y el estiércol huele como ninguna otra cosa en el mundo por lo que cuando se encuentra en peligro basta con orinar o expeler las heces para librarse de cualquier cosa porque nadie se acercará a menos de seis u ocho pasos. En México se les sigue conociendo con el nombre de “zorrillo”. 

Hemos destacado aquí las especies más notables descritas en Los Cuatro libros de la Naturaleza, pero también se describen las aves más importantes y algunos insectos o gusanos de uso común en la medicina local. 

Volcanes y quetzales. La fastuosa Naturaleza guatemalteca. 

Fray Francisco Ximénez de Quesada está considerado como uno de los más importantes historiadores dominicos del siglo XVII y XVIII. Su obra se desarrolla en tres campos distintos: la filología, la historia natural y la historia social, pero en toda ella se puede señalar, como objetivo común, un honesto interés por conocer y valorar la cultura indígena de Guatemala. Nació en Écija (Sevilla), en 1666 y desde pequeño mostró indicios de vocación religiosa, por lo que al término de sus estudios, ingresa en la orden de los dominicos, y siendo aún muy joven, se traslada a América, donde fue párroco en varias localidades de Guatemala, sobre todo del altiplano guatemalteco, y más exactamente en Chichicastenango, entonces Santo Tomás de Chuilá. 



El viaje entre la Península y Guatemala no era nada fácil. En primer lugar había que realizar el habitual recorrido marítimo entre Sevilla/Cádiz y Veracruz. De allí, había que ganar Ciudad de México y, desde la antigua capital azteca, se tomaba el camino hacia Chiapa de Corzo para tomar a continuación el denominado Camino Real que iba hasta la Ciudad de Guatemala, camino conocido desde tiempos aztecas, y que servía, entre otras cosas, para el intercambio comercial del cacao de las Tierras Calientes por la obsidiana y jade guatemaltecos. 

Allí, Fray Francisco se convertiría en un experto de las lenguas mayas, quiché, cakchiquel y tz'utujil. Su estudio de las lenguas indígenas, le facilitó la relación con las poblaciones autóctonas y el conocimiento de sus costumbres. Moriría en la Antigua Guatemala en 1723. A principios del siglo XVIII, mientras ejercía como cura en la actual población de Santo Tomás Chuilá, hoy Chichicastenango (Guatemala), descubrió el Popol Vuh, el libro sagrado de los quichés. Fue durante su estadía en esta localidad, cuando un grupo de locales le informó sobre la ubicación del texto sagrado quiché. El libro estaba escrito tras la conquista española y redactado en caracteres latinos, que Ximénez transcribió y tradujo al castellano. Esta obra narra la historia de los mayas quichés y de los quichés tras su separación del tronco maya. 

Con su versión del manuscrito Popol Vuh, el dominico recuperaba una manifestación de la cultura maya que posiblemente, sin la actividad mediadora del fraile, hubiera desaparecido.
El rescate que llevó a cabo de estos relatos de mitología maya, le hacen acreedor de su inclusión en la historia de la traducción hispanoamericana. El Popol Vuh es hoy en día un libro imprescindible a la hora de estudiar una de las cosmovisiones meso americanas más interesantes. 

Por otro lado, y como muchos otros misioneros, plasmó sus experiencias viajeras en una detallada descripción etnográfica y naturalista del país: “La Historia natural del nuevo reino de Guatemala”, objeto de este estudio. El libro “Historia natural del Reino de Guatemala” (1722), fue escrito por Fray Francisco Ximénez en el siglo XVIII en el reino de Guatemala que, prácticamente, coincidía con lo que hoy es la entera Centroamérica. En él describe la flora y fauna de Guatemala, clasifica las especies y anota las propiedades de plantas y animales, su aprovechamiento medicinal e industrial, así como las creencias indígenas sobre las propiedades de los medicamentos. Nos hemos basado para su estudio en la edición de 1967. 



Comienza el libro con las siguientes palabras: “El Doctor Julio Roberto Herrera, socio de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, depositó en 1932 el manuscrito original de esta obra, escrita por el padre fray Francisco Ximénez, Orden de Predicadores, en el pueblo de Sacapulas (Quiché), año 1722”. El libro fue depositado en la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala para: “su custodia, preservación y estudio”. Nos cuenta el prólogo del libro, de cómo la Orden de Santo Domingo, al que pertenecía Ximénez, llegó a las tierras de América en misión de evangelización, y en un mutuo contexto de intercambio ideológico y de comprensión religiosa con los indios, fue surgiendo un conocimiento de las cosas de Guatemala, y el “muy loable afán de Fray Francisco Ximénez de escribir una relación de las maravillas de estas regiones, tan diferentes de las europeas.” 

Y así mismo, comienza el propio autor haciéndonos partícipes de su alegría por dar principio a su obra de descripción de la naturaleza de América, con la diversidad de fieros animales, aves y demás vivientes, los diversos árboles, “yerbas”, flores y plantas, de singular belleza. Destacaremos aquí las especies animales más notables mencionadas en su obra. 

Capítulo I. Los animales 

El primer capítulo del libro está destinado a los animales. Y destaca de entre ellos como el más principal, el danta, que se asemeja al elefante. Se cría en las montañas más altas y que se le ha traído muchas veces para festejos, coronación y jura de reyes. Feroz e indómito, no se domestica como el elefante. Se refiere aquí el autor al tapir centroamericano Tapirus bairdii, un pariente de los caballos y rinocerontes. La “semejanza” con el elefante seguramente le viene por su hocido parecido a una pequeña trompa. 

Existe también el animal llamado cibola, que en un principio se tomó por gran toro o vaca, pero sin duda pertenece a otra especie de animal. Es de hechura del ganado vacuno y tiene cuernos, pero de pelo tan crecido y espeso, que su piel sirve de colchón para los caminantes, sin necesitar de más cama. Es ésta una referencia notable. Los españoles llamaban “cíbolo” al bisonte americano Bison bison que, en Centroamérica, sólo se conoce en estado fósil. ¿Tuvo noticias Fray Francisco de poblaciones supervivientes en el Reino de Guatemala?, desde luego la descripción que da corresponde sin dudarlo al bisonte. 

Continúa su relato con el león, que en estas tierras se asemeja al que en España se lleva de África, pero con la diferencia de que no tiene pelo ni en la cabeza ni en la cola. Se refiere al puma o león americano o de montaña Puma concolor, ampliamente distribuido en toda América. 

Pasa a continuación a hablar del lobo, que aquí llaman coyote, y es muy común. Comenta el autor que es animal sumamente desvergonzado y atrevido

Erizos y jabalíes son parecidos a los de Europa, aunque con las puntas algo amarillas, y sacudiéndolas llenan las bocas de los perros de ellas, y la cara, con el consecuente peligro, al ser muy enconosas. Lo que llama “erizos”, que no existen en América, son los puercoespines americanos de la familia Erethizontidae, que son roedores. En cuanto a los jabalíes, que tampoco existen en América, se refiere a su pariente americano el pecarí. 



De entre los monos, dice que ninguno tiene color pardo, y todos ellos poseen cola. Comenta también el autor que son domesticables y que aprenden muchas cosas. Los hay muy chiquitos y se llaman pitillos, como perritos de falda. Todos estos tienen 5 dedos en las manos y en los pies. Otros son muy disformes, con barbas muy largas y se les hincha mucho la garganta cuando gritan, y les llaman zambos. Hay otros como perros grandes, y muy feos. Es seguro que el mono que grita es el mono aullador Alouatta

Del animal que aquí llaman tigre, narra que hay dos géneros, y el más común es grande. En forma se parece a un gato, y a pesar de su tamaño, es ligero para subirse a los árboles huyendo de los perros, de quienes tiene mucho miedo. Y tanto le domina sus ladridos, que embebecido de mirar al perrillo que le ladra, da lugar a que le echen una soga al cuello, y cuando lo pican para que brinque de la rama en la que está, queda ahorcado. Los dos géneros de “tigre” se refieren, el grande, al jaguar Panthera onca y el pequeño puede ser el ocelote Leopardus pardalis o el tigrillo Leopardus tigrinus



Entre los zorros hay dos especies, y ambas se caracterizan por el hedor que despiden, ya que según el autor, es tal la peste que despiden, que asemeja al infierno…y se aleja y se explaya por más de un cuarto de legua…”. Al igual que en México, donde se llama zorrillo, se refiere a la mofeta. 

Las ardillas son muy parecidas a las ratas, muy vivas y ligerísimas, y de colores que van desde el pardo hasta el negro, pasando por el tono ceniciento. 

Al animal que en España se llama comadreja, aquí la llaman cux, y es muy parecida. Es mayor que la rata más grande, entra por cualquier hueco y mata a las gallinas. De su cuero hacen los indios bolsas para el tabaco de fumar. Aquí se hace referencia a la zarigüeya Didelphis virginiana

El tacuazín es similar al cochino y muy singular, de hocico aguzado, no en trompa. Lo característico es que la hembra tiene una bolsa en la barriga y por un lado está abierta, y allí dentro amamanta a sus hijos, ahí los mete y los trae siempre cargados. Solo anda de noche, porque no ve con la luz. Aquí se hace referencia a la otra especie de zarigüeya Didelphis marsupialis

Al lirón lo llaman en estas lenguas zachín, es como una rata grande, y también de sus pellejos hacen los indios sus bolsas. En América no hay lirones, por lo que, por analogía, debe referirse a otro tipo de marsupial, que en América tienen casi todos forma ratonil. 

Al animal que comúnmente llamamos topo parece que le llaman taltuza en Méjico, y en Guatemala, bay. Es parecido a una rata y de pelo erizado muy feo, con dos dientes anchos arriba y otros dos abajo. Va mirando por la tierra buscando las raíces de los sembrados. Se refiere aquí a un tipo de roedor castorinomorfo de la familia Geomydae, con seis especies reconocidas. 

Menciona también el autor a las vicuñas, al gato de Algalia y a los perros. De estos últimos escribe que había antiguamente en esa tierra unos animalillos como perros y a ellos llamaron los españoles, perros. Los criaban los indios, domesticados en sus casas, pero no ladraban, por lo que son otra especie diferente de la que conocemos. Eran muy buenos para comer, lo cual les solucionó muchas necesidades. Se han extinguido a día de hoy y no existen en Guatemala

El capítulo destinado a los animales termina con breves menciones a los conejos, liebres y ratones

Capítulo II. Las culebras 

En este segundo capítulo describe a las culebras, y puntualiza que mientras que en España no se conocen más que uno o dos géneros, en Guatemala hay tantas que son innumerables. De entre ellas, destaca la reina de todas, la que comúnmente llaman Mazatcuat, que en mejicano significa culebra de venados, porque llega a tener un tamaño tan considerable que puede llegar a ser como un buey. Describe aquí Fray Francisco a la conocida boa Boa constrictor que, en la Centroamérica de hoy, recibe el nombre de “mazacuata”. 

Incluye Ximenez a la iguana en la especie de las culebras, y comenta que es como una serpiente con cola larga y escamosa. Trepa ágil por los árboles y nada zambulléndose en los ríos

También menciona al alacrán, presente en todas las todas las tierras calientes, y buscan el calor y se meten por la ropa, como dice el autor que le ha sucedido. Su picadura duele pero no es mortal, tal y como él lo ha experimentado tres veces y visto en otros

Finalmente de los ciempiés escribe que son diferentes de los de España ya que son mayores, y a todos ellos se los comen los gavilanes. 

Capítulo III. Las aves 

En donde se refiere el autor a la gran variedad de aves, tantas que no se puede llegar a comprender, y que por lo tanto, hablará solo de las que son más comunes y conocidas, que son las que menos, ya que cada día, se descubren nuevas peculiaridades y gran diversidad. 

Comienza por la que denomina la reina de todas ellas: el águila, y dice que solo se ven unas pocas, ya que habitan en montañas muy altas e inaccesibles. Fornida de pies y de pico para despedazar la caza. Podría tratarse del águila arpía Harpya harpya

Pasa luego a describir el zopilote, del tamaño de una gran gallina, y aunque sucia y hedionda, limpia inmundicias y excrementos que causan mucho perjuicio. Percibe a mucha distancia el olor de un animal muerto. Diferente de éstas son los quebrantahuesos, aunque éstas tienen las cabezas blancas o coloradas, mientras que los zopilotes son totalmente negros. 



Una de las aves más hermosas que existe en América es el queçal, que se puede conservar en jaula. Es como una paloma verde, con tonos azules y encarnados y tiene como una corona en la cabeza, que asemeja una diadema que lo embellece. Se trata del espectacular quetzal, preciosa ave nacional de Guatemala que sólo en ese país tiene 7 especies. Pertenece al género Trogon

El dominico hace mención también de las palomas, perdices, lechuzas y murciélagos. De estos últimos dice que en estas tierras son una auténtica plaga. Y comenta también sobre el tecolote, ave nocturna a la que los indios maltratan ya que dicen que es mensajera del infierno. Es el nombre que en Centroamérica se le da a los búhos. 

Y finalmente dedica una página al carpintero, pajarillo mediano, blanco y negro con un copete muy hermoso en la cabeza. Describe el pico que actúa como hacha contra los árboles, y hace hoyos en los palos por muy duros que sean, tanto para hacer sus nidos como para guardar la comida, y así, se puede observar cómo estos pájaros introducen en los hoyos de los árboles las bellotas de una forma tal que es una maravilla verlo. Con la punta del pico horadan el palo para después meter la bellota con un golpe del pico, sin lastimarlo, y quedando tan apretada como si lo hubieran golpeado con un martillo. Se dice de él que si se tapa el nido con hierro, trae una hierba que él conoce con lo que lo quiebra, pero comenta el autor que no ha visto ningún caso todavía. 

Capítulo IV. Las abejas 

Se diferencian de las de España, según el autor, aunque mantengan cierta similitud en el tamaño y el color, en que en Guatemala no llevan aguijón. Además, la fabricación de la miel y de la cera también es diferente en todo, ya que los panales solo son para criar a sus hijos. Detalla Ximénez que él es testigo de lo que narra ya que en un pueblo donde hay todo tipo de abejas, tuvo la ocasión de verlas trabajar haciendo la miel en unas colmenas de barro que él mismo creó. 

En referencia a los mosquitos, comenta que son una plaga en estas tierras, sobre todo en zonas húmedas y calientes. En estos lugares se crían gusarapos y de ellos salen unos mosquitos zancudos y otros muy venenosos, llamados jejenes y rodadores, que al picar, te sale sangre, y se enconan a tal punto que la gente del campo e indios de la zona andan llenos de granos y llagas, sobre todo en las piernas. 

Y hablando de las arañas dice que aquí son muy venenosas y grandes, como una mano, peludas y negras. Hay otras de zancas largas como en España, y puntualiza que ha notado que mudan la piel como las culebras, saliéndose de la piel antigua. 

Capítulo VIII. De los peces 

A destacar en estas aguas, el manatí, de tamaño de un ternero de año, siendo su cabeza muy similar a este último. De cola ancha, llega a las orillas a comer hierba, como los bueyes, y tiene una naturaleza como una mujer, pare sus hijos y los da de mamar. Su cuero grueso lo usan los locales para garrote y bastones, retorciéndolo hasta que queda durísimo. Una vez más llama la atención la inclusión del manatí, un mamífero, dentro del grupo de los peces, algo que se hacía normalmente en esa época. 



Menciona también al camarón y a las tortugas, muy numerosas y diversas. Distingue a la tortuga carey, muy grande y hermosa. Ponen sus huevos todos juntos en la arena y luego los tapa, y allana el suelo para que no se note. Los que buscan estos huevos para comer, llevan una vara delgada y la van metiendo en la arena hasta dar con ellos. 

EPÍLOGO 

Como se ha podido ver en las páginas anteriores, hubo hombres curiosos que, en la América Virreinal, supieron indagar, entender y expresar las novedades que se descubrían en la lujuriante naturaleza americana. 

En la nomenclatura de los animales descritos, se oscila entre dos extremos. Por un lado, ante animales enteramente desconocidos en Europa, se nombraban a los nuevos animales según categorías familiares para los europeos: león, tigre, lobo, lirón…aunque en América no existan dichas especies. Por otro lado, se recurría a los nombres autóctonos que daban los indios: Tlacuatzin, Iguana…algunos de estos zoónimos indígenas desaparecerían, quedando en estas obras testimonio de dichas palabras. En otros casos, pasarían al castellano y, en la mayoría de los casos, con escasas variaciones, hoy día se siguen usando esos nombres indígenas. 

Los libros estudiados en este trabajo no cayeron en el olvido ni se quedaron a criar polvo en alguna estantería conventual. Antes al contrario, muy pronto fueron traducidos al inglés, al holandés, al francés, al italiano…constituyendo un temprano ejemplo de divulgación de la fauna americana y su difusión a nivel planetario.

MÚSICA RECOMENDADA: The Mission (Ennio Morricone)

Comentarios

  1. no fue en el reino de guatemala donde se hizo menció del cibolo, fue en la meseta central Mexicana, al norte de esta

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Errores comunes: los pingüinos no existen

Los loros, graciosos pero...vulnerables

Tarántulas. Dame veneno...